La escritura es un sendero abrupto jalonado de zarzas y espinos。 Un sendero que ni siquiera sabes si conduce a alguna parte y en el que el escritor nunca termina de dominar su oficio。 Escribir es ser siempre un eterno aprendiz。 Una novela es su autor。 O， más bien， una especie de «destilado» del autor。 Todo lo que hay en una novela， desde el tema hasta la trama， pasando por los diálogos o los personajes， ha estado previamente en la cabeza del escritor， ha surgido de ahí。 Es como si cogiéramos un cerebro， lo exprimiéramos y surgiera un texto （al menos， así me siento yo —César Mallorquí— cuando escribo）。 Una novela es zumo de neuronas。Estos textos son el zumo de neuronas que resume cuarenta años dedicados a oficios creativos。 He sufrido en mis propias carnes todos los errores que se cometen en el proceso de formarse como escritor， todas las carencias， todos los callejones sin salida en los que uno se adentra alegremente。 Y quería echarle una mano a los aprendices de escritor; no tanto para indicarles el camino a seguir， como para avisarles de los baches y los tramos peligrosos。Por eso， porque esto es mi experiencia， no es un manual de escritura。 Sin embargo， lo parece。